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Digamos tan sólo que hubiese odiado igual a Lituania o a Botswana... La patria como vertedero emocional, la patria como excusa, la patria como llanto, la patria por la patria. La patria como último refugio de los canallas. O de los cobardes, o de los inocuos. O de los despabilados y los oportunistas y los perversos; la patria como una risotada, como un mal sueño, la patria merendada por los unos y por los otros, por los que ganaron la partida en aquellos días de fraticidios y por los que vinieron después con la ecuación carnet=trabajo. Se la habían robado y él lo agradecía. Lo habían convertido en un apátrida pájaro de alas plateadas, en el primer niño desnudo, en el último Adán, en un hombre tierno y violento y bellamente mortal y nunca más un ciudanano. Dejémoslo ahí.
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